lunes, 10 de octubre de 2011

I. LO QUE DEBEMOS CREER


01. Seis verdades fundamentales de la fe
1. Que hay un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
2. Que Dios ha creado todo, lo mantiene y lo gobierna.
3. Que Dios es juez justo, que premia el bien y castiga el mal.
4. Que la segunda persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre y murió por nosotros en la cruz y resucitó al tercer día.
5. Que el alma del hombre es inmortal.
6. Que nadie puede salvarse sin la gracia de Dios.


02. Los novísimos o postrimerías del hombre
1. Muerte  
2. Juicio  
3. Infierno 
4. Gloria


03. Lo que todo cristiano debe creer 
1º  Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.
Creemos en solo Dios:
-  Creemos en un solo ser supremo (monoteísmo). (Creencia en varios dioses: politeísmo)
-  Creemos que Dios se manifiesta por su obras (Rom 1,20; Heb 11)
-  El cristiano cree en Dios por el hecho de que Dios se ha manifestado por la Biblia y por su Hijo Jesucristo.
Padre todopoderoso:
Jesucristo nos enseña que el ser supremo, Yavé del A.T. , es “Abba” (papá o papito en
arameo).
DIOS:
Es omnipotente: todopoderoso, porque todo lo puede.
Es omnisciente: porque todo lo sabe.
Es omnipresente: porque está en todas partes.
Es espíritu: porque no es materia; no tiene cuerpo.
Es infinito: porque no tiene límites de ninguna clase.
Es absoluto: porque no depende de otro ni de nada.
Es perfecto: porque posee todas las buenas cualidades sin limitaciones.
Creador del cielo y de la tierra:
Dios es el Creador de todo (el cielo y la tierra).
Dios creó de la nada (sin necesidad de materia prima)
Creó por el poder de su libre voluntad (dijo Dios...)
Creó todo lo bueno; no creó el mal.
Dios creó para su gloria y el bien de las criaturas.
Dios conserva la creación: no le permite volver a la nada.
Los cristianos creemos en un Dios personal: Dios no es una fuerza o energía inconsciente sino un ser inteligente y consciente y atento a sus criaturas.
Creemos en su providencia: todo está bajo su protección.
El A.T. enseña que Dios es fiel, justo, santo, sabio y es amor.

 Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor.
Jesucristo es el Hijo de Dios (Mc 1,1), el verbo o  la Palabra del Padre Eterno (Jn 1,1-2), la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Jesús es verdadero hombre como los demás, excepto en el pecado (Heb 4,15)
Es el “Cristo” (el ungido de Dios, el escogido, el Mesías) (Mt 16,16; Lc 2,26)
“Dios Verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre” (credo de Nicea)
Es decir, que Jesucristo tiene  dos naturalezas (humana y divina),  dos entendimientos (humano y divino) y dos voluntades (humana y divina). Pero es una sola Persona  que es la Persona Divina del Hijo eterno de Dios.
Fue reconocido por los apóstoles como “el Señor” (en griego kirios = Dios) (Jn 13,13)

 Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen.
Jesús nació de María (en hebreo Myriam) de Nazaret, una doncella judía.
Lucas relata cómo ella dio su consentimiento para ser la madre del Mesías (Lc 1,38)
Esto fue en el momento de la Encarnación (Dios tomó nuestra carne humana).

 Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado.
Jesús dijo a sus apóstoles que había venido a hacer la voluntad de su Padre (Jn 4,34); esto incluía la misión de ofrecer su vida en la cruz (Mt 26,42). Lo aceptó voluntariamente (Jn 10,18; Mt 26,39)
Su muerte fue un  sacrificio  (un ofrecimiento a Dios, de una víctima, por un sacerdote, en nombre del pueblo). Cristo es el Sumo Sacerdote que se ofreció a sí mismo a Dios Padre (Heb 5,5-10) en un sacrificio sangriento por los pecados de la humanidad.
Cristo es la imagen de Dios Padre y vivió y murió para que el hombre fuera también imagen de Dios.
Por su muerte Jesucristo:
Nos ha redimido (liberado de la condenación) (Mt 20,28; 1Co 6,20)  de la culpa de nuestros
pecados y de la condenación eterna.
Nos ha reconciliado ( amistad restablecida) con Dios (Fil 2,8; 2Co 5,18-19)

 Descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos.
Descendió a los infiernos:
Los antiguos judíos y griegos pensaban que después de la muerte la sombra del difunto “bajaba al
sheol”, al hades, al mundo subterráneo, al reino de los muertos.
La redención comprende a todos los hombres incluso  a los que vivían antes de Jesucristo. 1 Pe 3,18-19 dice que Jesús “murió según la carne... En  ese momento fue a predicar a los espíritus encarcelados”, es decir, proclamó la buena nueva de la salvación a los justos que habían muerto antes de la crucifixión, y que no podían entra en la felicidad eterna hasta aquel momento. De esta manera, la obra redentora se extiende a todos los tiempos: tanto a los que nacieron antes como a los que vivirían después de Jesús.
Al tercer día resucito  de entre los muertos:
El N.T. no nos dice como resucito Jesús, pero el día domingo después de su muerte los discípulos encontraron la tumba vacía (Mt 28, 1-7 = Mc 16, 1-7 = Lc 24, 1-7; Jn 20, 1-2) Lo vieron vivo (Jn 20,11-23; Mt 28, 8-10; Lc 24, 13-42). Se les apareció varias veces y comió con ellos (Jn 20, 26-30; 21, 1-23; 1Co 15, 5-8).
Los testigos de la resurrección lo anunciaron como  doctrina fundamental de su mensaje (He 2, 24,32; 3,15; 4,33).
Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería en vano (1Co 15, 14,17). La resurrección de Jesús justifica nuestra fe en que él es el Hijo de Dios.

 Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso.
Jesús como hombre ha sido exaltado y glorificado por Dios Padre.
Está en la gloria eterna reinando sobre los vivos y los muertos (Mt 28,18)
Nos espera (Jn 14, 2-3) porque resucitaremos (1Co15,51-53) y viviremos con él si aquí comenzamos la vida nueva (Fil 3, 21;2Co 4,14)

 Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
Los primeros cristianos creían que Jesús volvería pronto (1Tes 4,15; He 1,10-11)
Su oración era Maranatha (Señor, ven) (1Co 16,22; Ap 22,20)
Aunque paulatinamente aquellos discípulos se dieron cuenta de que quizá el fin no vendría pronto (2Tes 2,1; 2Pe 3,9), el cristiano tienen que vivir alerta anticipando la venida de su Señor (Lc 12,39)
La liturgia de Adviento y de la Vigilia Pascual refleja este sentimiento de espera.
Celebramos la Cena del Señor “hasta que venga” (1Co 11,26)

 Creo en el Espíritu Santo.
En la vispera de su pasión Jesús prometió enviar su Espíritu a los apóstoles (Jn 15,26); ver también Jn 14,26; 16,7; He 1,8)
Después de su Resurrección y Ascensión cumplió su promesa: los apóstoles y, por lo tanto, la Iglesia, recibieron el Espíritu el día de Pentecostés (He 2,1-4)  Los discípulos, luego, llenos del Espíritu anunciaron la Buena Nueva con gran poder (He 4,31; 6,8)
Los apóstoles tenían que bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,18-20; 1Jn 5,7; 1Pe 1,2)
El Espíritu “procede del Padre y del Hijo que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración”(Concilio de Constantinopla, 381 d.C. y Calcedonia 451 d.C.)

 La Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos.
La Santa Iglesia Católica:
Jesús dio comienzo a la Iglesia (asamblea, comunidad o congregación) (Lumen Gentium, 5)
Este nuevo pueblo de Dios había de ser comunidad de salvación para los hombres (L.G. 9) y a la vez signo y luz de la presencia de Cristo en el mundo (L.G. 1,5)
La Iglesia es conocida bajo diferentes figuras: redil, edificio, Cuerpo Místico de Cristo cuya cabeza es Cristo (L.G. 7), esposa de Cristo, pueblo sacerdotal... para enseñarnos su naturaleza (L.G. 6)
El Espíritu de Cristo es la vida de la Iglesia. Se nos comunica esta vida por medio de la fe en Cristo (Rom 4,28) y la recepción de los sacramentos. De esta manera el Espíritu de Dios vive en nosotros (1Co 6,19; Gál 2,20; Fil 1,21; Col 3,3) dándonos la capacidad de manifestar en nuestras vidas sus dones (1 Co 12,7-11) y sus frutos (Gál 5,22-24). La prueba de que somos hijos de Dios es que tenemos el Espíritu (Gál 6,6).
Tiene las siguientes características:
Una: porque no hay más que una sola Iglesia y sus miembros están unidos en torno al Papa y a los obispos.
Santa: porque transmite la vida de Cristo y porque produce la santidad.
        - Católica: porque es para todos los hombres y es capaz de inculturarse en todas las razas.
Apostólica: porque viene de los primeros apóstoles  y tiene por líderes los sucesores de ellos (los obispos)
La comunión de los santos:
Durante el transcurso de los siglos millones de cristianos han puesto en práctica esta nueva manera de existir, algunos en forma heróica – los santos. La vida de estos hombres y mujeres nos sirven de ejemplo y nos anima a imitarlos. Entre ellos los católicos veneramos con cariño especial a la Virgen María, madre de Jesús, primera cristiana y santa de los santos. (Rom 1,7; 1Co 1,2)
Hay una intercomunión entre los santos: nosotros solicitamos la intercesión de los que ya están con Dios y pedimos por el eterno descanso de los que están en el estado de purgación.
Este conjunto de hijos de Dios lo llamamos la comunión de los santos.

10º El perdón de los pecados.
Creemos que Jesús dejo a la Iglesia el poder de perdonar los pecados, especialmente por medio de los sacramentos del bautismo y de la reconciliación (Jn 20,21-23) Este poder que Jesús les dio a sus apóstoles ha pasado a los sucesores de ellos que son los obispos y sacerdotes.

11º La resurrección de los muertos.
Algún día todos estos resucitarán (1Co 15,50-55) y formarán el definitivo reino de Dios. Pero antes tenemos que pasar por la muerte, entregándonos voluntariamente a Dios como hizo Jesús en la cruz.
Después de la muerte Dios nos espera con amor. Se manifestará con claridad la cualidad de nuestra vida (juicio particular) para los que hubiesen definitivamente rechazado el amor de Dios, no podría haber salvación.

12º y la vida eterna. Amén.
Sería inútil tratar de imaginar o describir la felicidad eterna. San Pablo simplemente repite las palabras de Isaías: “El ojo no ha visto, el oído no ha oído, a nadie se le ocurrió pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1Co 2,9 = Is 64,3)  Lo que nosotros llamamos “el cielo” consistirá en la unión más íntima con Dios y la felicidad más completa de que seamos capaces de disfrutar, de acuerdo a nuestra respuesta a Dios durante nuestra vida en la tierra. (1 Co 15,28)

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